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Junto con Obécuri, es el pueblo más septentrional del Condado, siendo de los pocos que no se encuentran en la cuenca del río Ayuda, eje vertebrador del municipio.
Documentalmente conocemos la existencia de Bajauri en 1257. Durante muchos siglos fue paso obligado en las comunicaciones entre Vizcaya y el Reino de Navarra, hasta que se construyó el camino real desde Vitoria a Laguardia que origino una disminución notable del transito.
Durante la guerra de la Independecia las tropas francesas reinstalaron en la población para defender el puerto de Bajauri en 1810, para controlar los pasos hacia La Rioja y Navarra.
Los bosques de Bajauri lindan con el parque natural de Izki, de hecho son parte del mismo bosque. La belleza de los senderos y la hermosura de los paisajes reconcilian a toda persona con la naturaleza, animando a adentrarse en los hayedos y robledales habitados por corzos, jabalís y zorros.
Precisamente en relación a los “pobladores” del bosque hay una de las historias populares más curiosa del pueblo.
Se dice que hacia el año 1962, se divisó un león en el bosque que merodeaba por los pueblos y sobretodo al ganado. El estudio de sus huellas confirmó que efectivamente era uno, pese que nunca más se ha sabido nada del felino. Para algunos fue en animal que se había escapado de algún circo. La anécdota es conocida como el león de Izki.
Su monumento más destacado es el siguiente.
Parroquia de San Miguel Arcángel
Pese a que en origen el pueblo contaba con una iglesia anterior, en el siglo XVI fue reedificada de nuevo en un estilo gótico-renacentista.
En su interior las piezas más notables son los retablos laterales dedicados a la Virgen del Rosario y al Crucificado respectivamente. En nada nos extrañan estás advocaciones, ya que especialmente la del Rosario fue tan extendida que es difícil encontrar una población que no constase con una cofradía del mismo nombre, por exigua que ésta fuese.
Sin olvidar su significado religioso y la honda espiritualidad de los treviñeses, tal vez la difusión del rosario se vio ayudada por la superstición popular que afirmaba que la propia presencia física del rosario en el bolsillo o al cuello alejaba malos espíritus. Demonios que resultaban más peligrosos en las intersecciones de la noche y el día, donde bien y mal se confunden, por ello tradicionalmente era al anochecer el momento en el que la familia se reunía en torno al fuego ha recitar la plegaria mariana, dispersando en esas horas sombrías a todo ser maligno.